Hay viajes que marcan. Tanto por el lugar visitado como por las experiencias que ahí se viven, o simplemente por las personas que te acompañan.
Tengo una extraña costumbre. Costumbre que he aprendido de mi padre.
De lugares especiales, si encuentro alguna piedra, por pequeña que sea, por grande que sea, si me parece bonita o simplemente si tiene algo que me llamó la atención, me la guardo.
Mi pequeña colección de piedras preciosas.
Y no son preciosas porque tengan una belleza importante, ni porque se traten de piedras de un valor elevado, ni de materiales interesantes geológicamente hablando...
Son mis piedras. Piedras que he encontrado a lo largo de mis viajes y que me han resultado realmente atractivas. Piedras de mis lugares favoritos.
Mi particular souvenir. Mis recuerdos que hacen teletransportarme allá donde ellas se encontraban.
O piedras que sin tener una estética llamativa tienen en mí un valor más que sentimental.
A simple vista, sin tener información sobre ellas, no sé cual puede llamar más la atención.
Cabe decir que en estas fotografías están representados seis lugares... Lugares de los que hay más de una piedra preciosa...
Dos de ellas se encontraban en Turquía.
Turquía... Estuve ahí en 2009. Puedo decir que fue uno de mis grandes viajes.
Una semana mágica en un país, sin duda, con mucho encanto.
Una de las piedras estaba en el mismo corazón de Estambul. Ciudad preciosa donde las haya. Ciudad donde tuve la oportunidad de contemplar atardeceres mágicos, atardeceres que nunca olvidaré. Observé como el sol se iba des del puente Gálata, a orillas del Bósforo, con las siluetas de las mezquitas con sus minaretes y cúpulas perfectamente definidos sobre un cielo anaranjado y rojizo...Al son de las llamadas a la oración de los imanes... Imagen inolvidable.
La segunda piedra también turca es del que, hoy por hoy, puedo decir que es uno de los lugares más alucinantes que he podido visitar: Pamukkale. Los Castillos de Algodón. En el interior de la Turquía más asiática.
Sí, Castillos de Algodón. Eso quiere decir Pamukkale y es que todo aquel que tenga oportunidad de contemplar esa maravilla de la naturaleza no puede dejar de quedarse fascinado por su belleza y espectacularidad natural. Acantilados únicos en el mundo, que desde lejos parecen ser cataratas fosilizadas o congeladas, pero que desde cerca son pequeñas piscinas naturales, pequeñas y no tan pequeñas caracolas calcáreas, con aguas termales de un color entre blanco y azuláceo. Tuve la oportunidad de estar ahí, de caminar entre las distintas piscinas naturales comprobando las diferentes temperaturas del agua, de sentir el agua mezclada con el calcio y bicarbonato y otra serie de minerales que hacen que todo ese enclave sea especial. Dicen que el agua termal que hay en Pamukkale tiene efectos curativos...
Dos de los otros puntos de donde conservo mis piedras preciosas se encuentran en Soria y Burgos, de este último lugar conservo tres.
De Soria.
Concretamente de Numancia, Garray.
¿Por qué?
Tengo la gran suerte de tener sangre numantina.
Mi abuelo y todos sus hermanos nacieron en Garray, un pueblo a seis kilómetros de Soria, donde se encuentra la ya desaparecida cuidad celtíbera, de la que quedan ruinas y con un gran valor histórico. Refleja el conflicto territorial que hubo entre los numantinos y la llegada de los romanos.
Siempre que puedo visito Garray, cada año, y accedemos al recinto de la ciudad numantina. Increíble. Un lugar que recomiendo visitar si uno pasa por Soria.
Y de Burgos.
En Burgos se encuentra el lugar donde si me perdiera me encontraríais. De ahí hay tres piedras.
Es un pueblo tan pequeño que parece insignificante pero que me tiene el corazón el robado. Conocido por los lugareños como Valdepez, se encuentra en la Sierra de la Demanda y mi abuela es nacida ahí como todos sus hermanos y antepasados. Dos de las piedras son del río donde pasamos muchas hora en verano, su nombre no podía ser otro que rio Pedroso, sin duda uno de mis sitios predilectos.
La otra piedra es especial porque aparte del lugar de donde procede la encuentro particularmente bonita pues desprende como brillantina, purpurina o como una especie polvo plateado que hace que la piedra brille y brille con luz propia, desprende una especie de sedimento plateado que nunca se agota... cabe decir que ésta la conservo hace más de diez años y nunca ha perdido intensidad ni ese material brillante a pesar de que cada vez que la toco deja un rastro de purpurina en mis manos...
Finalmente, los dos lugares relacionados con el mar.
Varias de las piedras las traje de Lanzarote.
Me llamaron la atención por su característica volcánica, de ese color tan negro y de esa textura tan rugosa que no había visto hasta ese momento.
Isla desértica y volcánica donde las haya. De una vegetación casi inexistente basada en cactus y en aloe vera.
Pude visitarla hace ahora un mes y fue una isla que me sorprendió por su clima, sus playas y su vegetación. Grandes momentos de paz pudimos vivir en sus playas...
Formentera.
De ahí tengo alguna piedra y alguna concha o caracola.
Lugar especial donde los haya.
Tres veces he pasado ahí mis vacaciones y es que el lugar merece la pena por sus paisajes, playas y porque el entorno en el que te ves rodeado hace que tus vacaciones sean perfecas, invita a la felicidad.
Es el lugar donde más lugares con encanto he conocido, a pesar de sus 14km de punta a punta. Desde un chiringuito de madera en la playa, hasta un restaurante de lo más "in" donde pude comer los fetuccine con frutti di mare más buenos que nunca he podido probar, pasando por un restaurante lleno de banderas con un encanto más que especial... Todo, todo lo que pasa en Formentera es especial aunque uno no lo busque.
Sus playas vírgenes, sus faros siempre atentos a los atardeceres más esperados, los mojitos más buscados, los restaurantes más escondidos accesibles por un camino de tierra a la orilla del mar casi desconocidos...
Ni que decir que con tres veces no me bastan. Volveré.
Mis piedras preciosas.
Mis recuerdos.
Continuará...
Peace, L*